En los próximos años la ciencia se colará en la cesta de la
compra. No habrá alimentos buenos ni malos sino recomendaciones
específicas para cada individuo en función de su perfil genético.
Bastará una simple muestra de ADN para saber qué alimentos nos engordan,
nos sientan mejor y benefician nuestra salud. De los avances que se han
dado en este camino, habló el investigador José María Ordovás en el
encuentro «Food & Drink», celebrado en Madrid. Ordovás, discípulo
del profesor Grande Covián, cree que los consejos dietéticos clásicos
«tienen sus días contados», aunque mantiene a ultranza uno de su
profesor: «”Comer de todo, en plato de postre”, digan lo que digan las
modas dietéticas».
–Si
hay una disciplina que ha sufrido más vaivenes a lo largo de su
historia, esa es la nutrición. Alimentos prohibidos hace años hoy son
ejemplo de la correcta nutrición. ¿Cuáles han sido los grandes errores
de la alimentación?
–Todos recordamos cuando se decía que todas las grasas eran
malas o que los huevos no había que tocarlos y ahora resultan que ni
suben el colesterol ni la tensión. O que las margarinas eran mejor que
la mantequilla, hasta que se demostró que aquello tan bueno resultó ser
peor que el demonio. Nuestro principal error ha sido basar estas
recomendaciones dietéticas sobre datos erróneos, basadas en encuestas
que se hacen a la población a los que se pregunta por sus hábitos
alimentarios. Sabemos que muchas de sus respuestas son falsas, pero la
información nutricional se genera en torno a estas entrevistas. Se ha
construido un edificio sobre arenas movedizas.
–¿No hay otra fórmula más eficaz?
–Estamos trabajando en ella. Queremos conseguir información
real que no se base en recuerdos sobre el número de veces que una
persona come verdura o pescado al día, sino en algo tangible. Así
sabremos lo que la gente está comiendo realmente y podremos empezar a
construir sobre terreno sólido. Bastará una muestra de sangre para tener
un reflejo real de nuestra dieta.La tecnología ya existe, ahora
empezamos a construir huellas dactilares metabólicas. En el proyecto
participan 21 países con 12.000 personas. Estará terminado en cuatro
años.
–¿Qué nos puede ofrecer ya la nutrigenómica?
–No hace falta ser científico para saber que algunos
engordan más con menos o que la leche y el alcohol sientan mal a mucha
gente. La base de esa diferencia está en la genética. En 2015,
secuenciar el genoma costará cien dólares y la tecnología estará al
alcance de muchos. Cuando nazca un bebé, sabremos su predisposición
genética a enfermedades y también qué alimentos son más apropiados para
él. Seguro que volveremos a la tradición culinaria. El problema de la
globalización es que un finlandés acaba comiendo como un australiano y
un español como un norteamericano. La nutrigenómica es conocer
nuestras raíces y alimentarlas apropiadamente.
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