INTRODUCCIÓN
Las
lectinas son un grupo de proteínas de origen no–inmune que comparten la
propiedad de enlazarse de forma específica y reversible a los
carbohidratos, ya sean libres o que formen parte de estructuras más
complejas. Estas proteínas usualmente tienen al menos dos sitios de
unión por molécula: un azúcar específico y una molécula glicosilada.
Como característica particular tienden a aglutinar a las células a las
cuales se unen.1 Este tipo de moléculas se encuentra
distribuida en la naturaleza, en diferentes organismos como
microorganismos, hongos, animales y plantas.
En
las plantas, la mayoría de estas moléculas están presentes en los
cotiledones y endospermos de las semillas y constituyen de 2 a 10% del
total de proteína de éstas.2 Se sugiere que dentro de la
planta, estas proteínas pueden tener diferentes funciones como son:
regulación fisiológica, defensa mecánica contra el ataque de
microorganismos, almacenamiento de proteínas, transporte de
carbohidratos, estimulación mitogénica, reconocimiento de las bacterias
fijadoras de nitrógeno del género Rhizobium, y algunas más.3
La
gran importancia de las lectinas se debe fundamentalmente a sus
propiedades biológicas como la interacción con grupos sanguíneos
específicos, aglutinación de linfocitos, eritrocitos, espermatozoides,
plaquetas, bacterias y células tumorales, inducción de la mitosis en el
linfocito, y efectos citotóxicos sobre los linfocitos.4–6
Algunas de sus aplicaciones son: análisis de funciones
linfoproliferativas y citotóxicas en células mononucleares causadas por
algunas drogas, detección de anormalidades cromosómicas, como marcadores
fluorescentes para estudiar cambios estructurales en los
glicoconjugados presentes en las superficies celulares, y la detección
de transformaciones malignas en las células, entre otras.2
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